Oscar A. Mele
oamele@intramed.net
¡¡¡Ah…..los nuevos tiempos…..y sus cambios…..¡¡¡. Es una de las expresiones más difundidas entre los seres humanos desde hace miles de años. Pero si deseamos hacer reflexiones o mencionar algo de lo mucho que está sucediendo actualmente, día tras día y minuto tras minuto, en verdad debemos referirnos a Postmodernismo, Globalización y Era Digital.
Dentro del espectro de temas relacionados a este fenómeno, en un intento de dar algún haz de luz a estas épocas tan vertiginosas y que tanto nos sorprenden, debemos colocar como primario a un tema central y de enorme trascendencia: la Ética.
El estudio de los fenómenos relacionados con la moral y la ética constituye un desafío extraordinario y casi inagotable, es por ello que lleva ocupados millones de páginas escritas. Es que todo acto del ser humano conlleva un tinte moral y ético que confiere al mismo un halo único e irrepetible, dado por la inconmensurable capacidad de generar ideas y pensamientos de alta complejidad.
Los millones de circuitos neurológicos con que cuenta el cerebro humano son los responsables de esa capacidad que lo distinguen del resto de los seres vivos. Quizá algunas reflexiones al respecto nos puedan ayudar a esclarecer dudas. Comencemos con lo básico preguntándonos ¿qué es la Ética?
Se la define como “la rama de la Filosofía que analiza los principios morales que rigen la vida del hombre”. Desde Sócrates hasta nuestros días, los Pensadores se ocuparon grandemente del tema y se consideraron a las llamadas Virtudes Griegas (Sabiduría, Valor, Templanza y Justicia) y a las Cristianas (Fe, Esperanza y Caridad) como los verdaderos valores que reflejan la preocupación del ser humano por las Leyes del Bien. Pero los códigos morales de unos tiempos a otros y de un pueblo a otro, van variando inexorablemente.
La Licenciada en Filosofía y Profesora Adjunta de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, Delia Outomuro, en su libro “Filosofía”, que vio la luz en Marzo de 2006, realizó una extracta de los temas filosóficos que debemos enfrentar como seres humanos durante toda nuestra existencia. De toda la riqueza de su contenido, y en relación con el tema que nos ocupa, en pocas palabras nos aclara sencillamente las diferencias entre Ética y Moral, desnudando una confusión frecuente.
Al ceder el asiento en un colectivo a un anciano, al decir la verdad, al ayudar a un amigo, al respetar la vida, al cumplir una promesa, uno se comporta moralmente. Es decir, se actúa de acuerdo a las costumbres, valores y normas de a sociedad en las que se vive. Estas costumbres, valores y normas son enseñados desde pequeños. Desde niños nos dicen que no es debe mentir, que hay que cumplir con la palabra empeñada, que no está bien matar, que hay que ser solidario. Pues bien, el conjunto de valores, normas y costumbres que tiene una sociedad se llama Moral.
Lo moral nos dice cómo debemos proceder. Responde a la pregunta ¿qué debo hacer frente a esa o aquella situación? Por eso se dice que la moral es algo que se da de hecho (es de facto). Pero también nos interesa saber porqué tenemos que hacer lo que la moral nos manda. Es decir, de dónde extraen su validez esta normas o costumbres; de dónde surge su obligatoriedad en sentido moral. En otras palabras, queremos saber por qué no se debe mentir, porqué no se debe matar, porqué debemos ser solidarios, porqué debemos ser responsables de nuestros actos, etc. Nos interesa pasar de lo que es de facto a lo que es de derecho, del plano del ser al plano del deber ser; de lo que de hecho sucede a lo que debería suceder. Es éste el problema de la Ética.
Resumiendo: la Moral dice qué se debe hacer, la Ética pregunta porqué se lo debe hacer. La reflexión ética intenta fundamentar las normas, las costumbres, los valores a que hace referencia la moral. Es por todo ello que me pareció interesante iniciar este tema con la mención de estos conceptos vertidos por la mencionada autora.
Recordemos algunos ejemplos de la “relatividad moral”. Los orientales se cubren la cabeza como signo de reverencia, mientras los occidentales se la descubren. Que una mujer árabe mostrara su rostro o una mujer china sus pies era obsceno, pues ambas ocultaciones exaltaban la imaginación y el deseo sexual del hombre, sirviendo al bien de la raza.
En China, era indicadísimo obsequiar un féretro a un pariente anciano, especialmente si este no era rico. Los melanesios quemaban vivos a sus ancianos y enfermos y consideraban afectuosísimo ese gesto de hacerles terminar con sus achaques. Sería pues muy sencillo reunir cientos de ejemplos en los que lo “inmoral” de nuestro tiempo y país, viene a ser lo “moral” de otras épocas y comarcas.
Tal vez lo que determine más fuertemente cambios morales sean las alteraciones de las bases económicas, que han sido consecuencia directa de hitos extraordinarios de la Historia de la Humanidad. Se acepta aún que las dos transformaciones más profundas que registra la historia del hombre sobre la tierra han sido el paso de la Caza a la Agricultura y el paso de la Agricultura a la Industria. En ambos casos el hombre encontró inservible el código moral de la época anterior, que se fue transformando a través del nuevo régimen.
Casi todas las razas humanas vivieron de perseguir animales, matarlos y comerlos, habitualmente crudos y hasta colmar la capacidad del estómago, pues no existía la civilización en el sentido de producción económica y seguridad y la voracidad era una virtud indispensable para su auto conservación.
Los hombres primitivos comían como los animales de hoy, ya que ignoraban cuándo les llegaría la próxima ración. Es que “la inseguridad es la madre de la ansiedad, como la crueldad es la hija del miedo”, reza una antigua frase culta. O sea que la brutalidad y la gula que eran necesarias en esas épocas para sobrevivir, son ahora atavismos despreciables. Es que “los pecados del hombre no son el resultado de su caída, sino resabios de su emancipación”, sentencia otra frase antigua.
El hombre necesita ser libre para elegir. Para seleccionar nuestros impulsos de acuerdo a lo que hoy se considera apto moralmente, nuestros padres, maestros y vecinos nos alaban o censuran como nosotros damos azúcar o golpecitos a los animales que queremos amaestrar. Es que queramos o no, poseemos ciertos rasgos de carácter que son un verdadero extracto genético de nuestros ancestros y si desbordamos las reglas sociales contemporáneas somos sometidos a determinadas formas de disuasión, desde quedarnos en penitencia en la escuela, hasta ser carbonizados en la silla eléctrica. Es que en lo moral, como en el comercio, rige la ley de la oferta y la demanda.
El paso de la Caza a la Agricultura trajo aparejadas dramáticas modificaciones del comportamiento humano, constituyendo la llamada “Moral de la época Agrícola”. Se caracterizaba por la tranquilidad de la granja, donde la laboriosidad era más importante que la valentía y la paz más provechosa que la pelea. El hombre se casaba tempranamente, casi tanto como la naturaleza se lo pedía, y sin tener que soportar las restricciones que el código moral determinaba con respecto a la prohibición de las relaciones prematrimoniales. A los 20 años conocía las tareas de la vida como a los 40. Junto a la mujer trabajaban la tierra y criaban los hijos bajo los preceptos cristianos de monogamia y matrimonio indisoluble. Todo era razonable y sencillo de llevar a cabo. Cada hijo que tuvieran eran dos nuevas manos para trabajar la granja, y la maternidad vino a ser sagrada. La restricción de la maternidad fue considerada inmoral y las familias numerosas resultaron gratas a Dios. Este código moral se mantuvo durante siglos, hasta la llegada de la Industria, y con ella su nuevo concepto moral.
Hombres y mujeres comenzaron a alejarse del hogar para trabajar en los establecimientos industriales y cobrar individualmente. La madurez mental resultó más tardía que en la granja, puesto que a los 20 años eran chiquillos aturdidos y necesitaban más tiempo para ajustarse a la vida moderna. El matrimonio también se fue postergando, por lo que las relaciones sexuales prematrimoniales pasaron a ser corrientes y los anticonceptivos se convirtieron en una necesidad, dada la también postergada maternidad.
Casi sin darnos cuenta vamos dando paso a la “Moral del Postmodernismo y de la Globalización”. Albin Toffler decía en los años 60: “El drama de los tiempos postmodernos es que nos hemos encandilado con los inventos tecnológicos; la técnica es la vedette de este tiempo. Los jóvenes creen que pulsando botones para obtener información ya son educados y cultos, sin comprender que todo ello constituye un proceso que lleva décadas de análisis y maduración”. La complejidad de la vida privada y en sociedad del hombre de la era Industrial se ha magnificado hoy ante la evolución desenfrenada de la Globalización.
Para los jóvenes actuales se suman los interrogantes propios de esa etapa de la vida: inseguridad en el trabajo, dificultades en el manejo de la sexualidad y maduración económica tardía, etc. Buscan la felicidad y no les es fácil encontrarla. Ya lo decía Platón: “Moral es enseñar el camino para ser feliz y no un repertorio de prohibiciones”.
La expectativa más fuerte de los jóvenes es la de conformar su familia. El origen y significación de la familia deriva en forma directa de la inestimable desvalidez del niño. La familia ha sido el vehículo salvador de las costumbres y tradiciones que conforman la esencia de la herencia humana y el cemento psicológico de la organización social.
Por todo ello, a mi juicio, no es tiempo del Ocaso de la Ética sino, por el contrario, es hora de su revalorización y potenciación. Todos los adultos y en especial los adultos mayores, tenemos la obligación irrenunciable de colaborar, en el más amplio sentido de la palabra, con el ejemplo personal ante nuestros hijos, colegas, amigos, jóvenes en general, o sea frente a toda la sociedad a la que conformamos y a la que nos debemos. Transitando las décadas vividas hemos ido acumulando vivencias y así conformando nuestra “experiencia de vida”. El criterio y el sentido común que hemos ido desarrollando, junto al concepto de equidad y tolerancia, nos convierte en verdaderos referentes dentro de nuestra comunidad. Ser adultos, jóvenes o mayores, implica un estilo de vida y debemos demostrar que así lo vivimos. El ejemplo es el más fuerte elemento orientador de la conducta humana, en tal grado que llevó a decir a Albert Schweitzer: “El ejemplo no es lo más importante sino lo único”, y debemos comprometernos a ofrecerlo en todos los actos de nuestra vida, especialmente para con los jóvenes, verdaderos paragolpes humanos frente a este crítico momento del Postmodernismo, la Globalización y la Era Digital.
Hombro a hombro enfrentemos con valor la responsabilidad que nos compete como Adultos, dando apoyatura moral, espiritual y material a quienes consideramos que la necesita, especialmente a las franjas sociales de menor edad que, constituyendo el 50% de la actualidad son el 100 % del futuro, y por lo tanto el más grande tesoro de la humanidad.
