Sexualidad y Evolución

Oscar Aníbal Mele
oamele@intramed.net

La mujer y el hombre somos seres sexuados y por lo tanto tendemos a seducir y a ser seducidos, entendiendo por seducción al comportamiento humano relacionado con la inducción a la aproximación emocional y física, con el objeto supremo de llegar a concretar algún grado de relación amorosa.

Esa sexualidad está dada por la plena y absoluta impregnación de nuestro organismo por las llamadas hormonas sexuales femeninas y masculinas. Todas nuestras diferencias físicas y psicológicas, origen de la atracción mutua, están dadas por el predominio orgánico de estrógenos o de testosterona, sustancias que nos modelan en cuerpo y alma.

Todas las células de nuestro organismo (varios trillones) contienen en su núcleo 48 cromosomas, asentamiento del material genético o ADN, a excepción de las células de las gónadas, ovarios y testículos, que contienen sólo la mitad, pues necesitan inexorablemente de la unión con la “otra mitad” para conformar las células del nuevo ser que engendrarán.
Óvulo y espermatozoide se unen en un acontecimiento único y extraordinario; el primero recibe al segundo en su seno y en esa intimidad se conjugan “todos” los rasgos de ese bagaje genético individual que conllevan, en el apareamiento propiamente dicho de los cromosomas de una y otra célula germinal que se fusionan, para conformar la primera célula del nuevo ser, llamada zigota. Ella, espontáneamente, se irá multiplicando por división directa, para conformar al nuevo ser que, al cabo de doce semanas, quedará completamente desarrollado (período embrionario) para comenzar la etapa de crecimiento (período fetal) que llevará otras 24 semanas. La llegada del nuevo ser al hogar es la concreción palmaria del amor que ha unido a la pareja y ha permitido perpetuarla.
Leí alguna vez este comentario cargado de admiración: “…la mujer es maravillosa: le brindas una casa y la transforma en un hogar; le brindas un espermatozoide y ella se encarga de gestar un bebé”…

A estos fenómenos, eminentemente biológicos, se agregan, nada más y nada menos, que los fenómenos culturales que vamos integrando a través de los años y como consecuencia de la influencia que recibimos de nuestro entorno familiar y comunitario. Los aspectos educativos facilitan la elaboración de toda esa carga informativa y la instalación del “criterio personal” acerca de la sexualidad.

La genitalidad es sólo un aspecto de la sexualidad. La cópula en el mundo animal consiste en la concreción de las “relaciones genitales”, que el instinto le demanda en busca de la perpetuación de la especie. Es sólo la puesta en contacto de los órganos genitales sin ningún otro fenómeno agregado. Lo hacen como acto reflejo y “no tienen sentido del porqué ni el para qué”. El ser humano es el único que hace de la genitalidad sólo una faceta de su vida sexual. La capacidad única y exclusiva del ser humano de poder generar pensamientos abstractos y con ellos toda la carga cognitiva y emocional de la sexualidad, es lo que lo diferencia absolutamente del resto de los seres vivientes.
En muestras estadísticas significativas, basadas en la toma de datos en serie efectuados a jóvenes adolescentes, ellos manifiestan claramente que priorizan los afectos a las relaciones genitales; que desean mantener “relaciones sexuales” con quienes compartir una relación de amor y compromiso.
Hagamos un poco de historia.

Hace 5 millones de años, existió el Ardipithecus Ramidus, cuadrúpedo y primer ancestro lejano del hombre actual, en la región central del continente africano que actualmente ocupa “Etiopía”. Su cerebro pesaba aproximadamente 500 gramos y vivía trepado a los árboles.
Por supuesto que las cópulas consistían en simples relaciones genitales instintivas, despojadas de cualquier otra carga, objeto o fin.

Hace 3 millones de años, existió el Ardipithecus Alfarensis, en la región sur de ese continente que actualmente ocupa la República de Sudáfrica. Vivía parte del día en los árboles y parte en el suelo. Comenzaba a intentar la bipedestación.

Hace 1,5 millones de años, fue el Homo Robustus, que comenzó a desplazarse desde el continente africano al Asiático, por la región del Mar Rojo. No tenían aún capacidad de generar un pensamiento complejo ni abstracto. Sus relaciones continuaban siendo genitales.

Hace 1.000.000 de años, evolucionó a Homo Habilis, cuyo cerebro pesaba 800 gramos, y fue virando hacia el Homo Erectus, ya bípedo.

Hace 500.000 años entró en escena el Homo Sapiens, con cerebro de 1500 gramos, cercano al del hombre actual.

Hace 15.000 años se puebla el Continente Americano de Norte a Sur (Era Glaciar) por el desplazamiento del hombre desde el NE extremo de la actual Rusia, hacia lo que es hoy Alaska, a través del estrecho de Bering.

Hace 8.000 años el hombre comienza la labranza.

Hace 4.000 años comienzan las Grandes Civilizaciones con el asentamiento del hombre a orillas de los grandes ríos en la Mesopotamia y Egipto. Con ello se esboza la vida en comunidad y se establecen los primeros intercambios de productos (canje y noción del comercio).

Han sido más de 120.000 millones de relaciones genitales (sexuales en los últimos milenios) las que se han necesitado para que la onda expansiva del hombre llegue a nuestros días y a todos los rincones del planeta. Se ha demostrado que la mujer primitiva ha sido siempre de mayor voracidad sexual que el hombre y este fenómeno se atribuye a que ella poseía mayor porcentaje de testosterona que la mujer actual, siendo esta hormona la desencadenante natural del apetito sexual, tanto en el hombre como en la mujer. Actualmente el organismo de la mujer está impregnado con un 95% de estrógenos y un 5 % de testosterona y el hombre a la inversa. Es la testosterona la hormona que da al hombre su mayor contextura osteomuscular.

El aumento del peso del cerebro a través de esos millones de años, ha sido atribuido a que la bipedestación le llevó a vivir en tierra firme casi exclusivamente, y ello le hizo virar su alimentación de vegetales a animales, con la consiguiente ingesta de proteínas y grasas, elementos decisivos para el desarrollo de la masa encefálica. Al mismo tiempo, ese deambular por nuevos territorios disparó nuevas necesidades y riesgos que exigieron la conformación de un sinfín de nuevos circuitos neuronales, para transitar esas desconocidas experiencias de vida y ello elevó la capacidad intelectual del nuevo ser, que fue ganando terreno en toda la superficie del planeta.

Con la caza y la pesca, desarrolladas fundamentalmente por los hombres, se fue instalando un cierto sedentarismo, especialmente en las mujeres, quienes comenzaron a refugiarse con los niños para cuidarlos, mientras esperaban el anhelado alimento.
No había indicios orientadores entre los encuentros genitales/sexuales y el embarazo y la promiscuidad era lo natural. La copulación era una copia de lo que ellos veían en los animales y les atraían las relaciones genitales/sexuales por el deseo natural y el placer que les generaba. Comenzaron a “sospechar” que a través de las múltiples relaciones sexuales que tenía cada mujer con distintos hombres (fenómeno demostrado por muchos testimonios) dada su voracidad sexual, que ello era lo que provocaba la procreación. Por todo ello es que aún no existía el concepto de “paternidad”.

Con el establecimiento de los asentamientos humanos en masa, es que comenzaron a descubrir la relación entre encuentros genitales/sexuales y el embarazo, a través de múltiples interpretaciones que se fueron tejiendo durante esos millones de años.

Ya en la Edad Moderna y Contemporánea podemos señalar algunos hitos trascendentales como:

Era Victoriana: dominada por grandes inhibiciones. La sexualidad era considerada prohibida y hasta abominable. La masturbación era una lacra social. Las mujeres “debían” recibir pasivamente al varón y manifestar algún tipo de gozo sexual era sinónimo de promiscuidad execrable. Las relaciones sexuales tenían como único objetivo la procreación. Quienes pensaban en herramientas anticonceptivas eran quemados en hogueras públicas. El final de esta etapa victoriana de la historia moderna de la sexualidad, está marcado por el reconocimiento que el orgasmo era un derecho adquirido de la mujer, por lo que el hombre debía proveerle el tratamiento adecuado para que ella logre alcanzarlo.

Era Freudiana (Psicoanálisis): Año 1900. Freud instaló el concepto de que el órgano sexual masculino por excelencia, el pene, era el “eje del mundo”. Frigidez era sinónimo de ausencia de orgasmo vaginal. Histeria era una manifestación clínica de las insatisfacciones sexuales de la mujer. Sigmund Freud discutió con Charcot, Jefe del Servicio de Neurología del Hospital La Salpetriere (Paris), el significado de las manifestaciones histéricas, demostrando que no era un padecimiento neurológico sino psicológico, originado en la falta del orgasmo femenino.

Era del Informe de Master y Johnson: Año 1940. Se reconoce y difunde particularmente la enorme trascendencia de la igualdad en el comportamiento sexual de la mujer y del hombre, tanto en lo subjetivo como en lo objetivo. Comienza la era de la liberación femenina.

Era del Informe Kinsey: Año 1960. Alfred y Clara Kinsey, que vivían en Bloomington, Indiana lograron, a través de la publicación de su famoso informe, que la sexualidad del hombre y de la mujer llegara a la cima de lo conocido. La influencia de Los Beattles recibía el aval científico acerca de los beneficios de una sexualidad abierta y compartida, con derechos plenos tanto del hombre como de la mujer.
Se le distinguió científicamente a Kinsey como el Darwin o Newton de la Sexología, y como el Pionero Sexual del Siglo XX.

Segundo Informe Kinsey (Share Life): Año 1970. Marca la plenitud sexual de la pareja. La atención se centró en el clítoris y la trascendencia total en lograr el orgasmo a través de su estímulo por cualquier medio: masturbación manual o a través de tecnología moderna. El vibrador Vielle fue el juguete sexual por excelencia.

Feminización del Hombre: Año 1980. La relación de pareja se enriquece con un nexo emocional primero y relaciones sexuales después. Se establecen roles determinantes, tanto para el padre como para la madre, en función de la crianza de los hijos, roles centrados en la responsabilidad mutua y en metas a lograr, basadas en el enriquecimiento inteligente y emocional de ambos compartiendo el seno familiar. Los sentimientos personales se manifiestan bilateralmente con fuerza y sinceridad no alcanzadas hasta esa época.

Masculinización de la Mujer: Año 1990. Se va instalando sin pausa y como parte del fenómeno evolutivo propio de la Humanidad. Hay, evidentemente ligado a estímulos múltiples y acontecimientos propios de los nuevos tiempos a recorrer, un incremento del apetito sexual en la mujer (fuerte ejemplo cultural es el film “Sex and the City”). Es frecuente la adicción al sexo por parte de ella y, en función de este fenómeno se incrementan las infidelidades sin lazos afectivos.

Sexualidad en el Adulto Mayor: Año 2000. Con el comienzo de este nuevo siglo XXI se van estableciendo los nuevos criterios acerca de la sexualidad en el adulto mayor, basado en que a partir de los 60 años de edad, tanto en la mujer como en el varón, comienza un rico período de disfrute de la sexualidad, ligado a la mayor disponibilidad de tiempo libre, a la disminución de la cantidad y calidad de tensiones de la vida cotidiana, a la decidida búsqueda de mayor placer tanto por parte del hombre como por parte de la mujer. El advenimiento de nuevos productos científicos y tecnológicos correctores de las disfunciones sexuales, propias de esa etapa de la vida, colabora fuertemente al crecimiento de esta nueva ola de gozo y disfrute compartido a pleno.

Volvemos al concepto del inicio, con la reiteración de que hombre y mujer somos seres sexuados, desde el mismo momento de nuestra concepción y hasta el final de nuestros días, por lo tanto seductores y seducidos del comienzo al final de nuestra existencia, con una atracción superior hacia el goce de la sexualidad como acto de sublimación de nuestras capacidades de seres pensantes, al compartir relaciones amorosas como manifestación suprema de nuestra especie, y no como objetivo final de la perpetuación de la misma. Entiendo que es una forma maravillosa de honrar la vida a través del regocijo espiritual y físico de nuestra vida amorosa en la que, como en las artes, nos elevamos espiritualmente acercándonos a Dios.

Esta mirada, universal, a vuelo de pájaro, de la historia de la Sexualidad, nos invita a la reflexión de que han sido tantos millones de años los transitados por el ser humano para convertirnos en quienes somos hoy, y tan pocos los siglos en los que hemos avanzado tanto en la conformación de nuevos conceptos. Estas últimas décadas están dándonos la convicción positiva de que la evolución de la humanidad no ha sido ni en vano ni dañosa, sino un fenómeno natural e indispensable para continuar mejorando nuestra calidad de vida.

El futuro es alentador. Es nuestra responsabilidad dar siempre una mirada hacia atrás, para asombrarnos por todo lo ocurrido en nuestro pasado, y otra mirada, curiosa, positiva y esperanzada hacia adelante, decididos a aportar lo mejor de nosotros mismos para que nuestros descendientes disfruten de esta bendita maravilla llamada Sexualidad.

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