Celebración y Consumo

Dr. Oscar A. Mele
oamele@intramed.net

En la medida que se multiplican las necesidades, se multiplica la insatisfacción. El hombre que no reconoce su sed por lo absoluto, buscará en la posesión y en la acumulación una satisfacción que, en su verdad desnuda, no es más que una tenue compensación.
Es paradójico pero real. Se gastan fortunas para tener y la posesión se vuelve efímera, ya que ante la próxima novedad, que no tarda en llegar, se vuelve a comprar. El consumo ha penetrado tanto en nuestro mundo interior que no podemos separarlo de la celebración.
La gratuidad no cuenta para una sociedad mercantilizada. El sentido último de toda celebración es reconocer la vida que palpita en cada acontecimiento y, sin embargo, cedemos ante las presiones y las “posibilidades” del entorno para sumar nuestra cuota de consumo.
Consumir, gastar, comprar, tener, son términos de nuestra cotidianeidad y superan las barreras sociales. Cada uno los desarrolla desde sus posibilidades y muchos se manifiestan como un deseo a alcanzar, ya que consumir pareciera que nos constituye en personas, nos da un lugar, nos permite ser visibilizados por una sociedad que ignora al despojo y la austeridad.
No es casual que estemos viviendo en el siglo de la basura. El descarte es cotidiano y significa miles de toneladas diarias en las grandes ciudades y, tal como dice el Papa Francisco, no se necesita mucho para que del consumo generador de basura se pase a que las personas mismas, que van quedando excluidas del sistema, sean tratadas como material de descarte.
Se ha ido instalando, subrepticiamente, una especie de mercantilización de los vínculos. En verdad, pensándolo serenamente, no existe nada más gratuito que un vínculo. Las relaciones crecen, maduran y se profundizan desde el mero hecho de estar y compartir. No hay nada más gratificante y significativo en nuestras relaciones que saber que alguien tiene tiempo para nosotros y que nosotros podemos reorganizar nuestra agenda simplemente para estar con alguien. El valor de la presencia pareciera vaciarse ante la presión de tener que hacer un regalo, justamente cuando el sentido más profundo que tiene un verdadero regalo es su gratuidad.
Ante mayor ausencia…..más grande el obsequio y de esa manera muchos sobrellevan su culpa y no caen en la cuenta del engaño. Culpa porque en algún rincón del alma se sabe que no puede intercambiarse uno mismo por el objeto, y engaño porque caemos de a ratos en las trampas publicitarias que sustituyen afectos por objetos.
El mercado agiganta sus ofertas y con el brazo poderoso de la publicidad hace de los vínculos más cercanos (padre, madre, niños, etc.) una oportunidad de ventas. Sabe perfectamente de la importancia de los vínculos entre las personas, por eso toda la publicidad apunta a ofrecer lo que en sí misma niega.
No nos vende una licuadora, sino la oportunidad de que mamá tenga menos trabajo; no nos ofrece una camiseta de fútbol, sino la oportunidad de que papá esté mas tiempo jugando con su hijo en la plaza; no nos ofrece un teléfono, sino la seguridad y la comunicación que todo niño y adolescente merece. Lo que no terminamos de darnos cuenta es que vamos por harina y volvemos con talco. Los vínculos crecen en la medida en que nos relacionamos y para ello no hace falta llenarnos de cosas.
El mejor regalo es poder regalarnos a nosotros mismos y aceptar la presencia del otro como una fiesta. No siendo suficiente con esto, se han multiplicado los “días”: de la secretaria, del psicólogo, del director, del médico, etc.
La lista podría ser infinita y cada día acompañado de su torbellino de ofertas. No se honra un desempeño, sino que se lo posiciona para el mercado. Reconocer significa comprar.
Así como muchos confunden ser con tener, dando a la posesión un lugar identitario, en términos de relación confundimos vínculo con precio. El valor de estar con otro se intercambia por el costo del regalo que suple. ¿Se podrá celebrar sin consumir? ¿Habrá lugar para una fiesta gratuita?
Cuando no quise nada lo tuve todo… Un místico cristiano, San Juan de la Cruz, nos deja la gran y difícil enseñanza de que “al todo se va por la nada”. Pareciera una gran contradicción a nuestros oídos, abarrotados de ofertas. Lo cierto es que quien quiere lo más, tiene que tener capacidad de ir dejando lo menos. Traducido a lo cotidiano, nos quiere decir que los vínculos tienen peso específico propio, que valen por sí mismos y que no hacen falta cosas allí donde abunda el encuentro entre nosotros, la capacidad de hermanarnos.
Ha sido motivo y sigue siéndolo, analizar el porqué del posicionamiento de Don Bosco y fundamentalmente evaluar cuál ha sido su verdadero valor. Es aceptado por muchos estudiosos que el valor mayor es que supo, desde sus inicios, que la salvación de la juventud debía ir por el camino de conformar un vínculo estrecho, una amistad profunda, una familia. En Valdocco (región de Don Bosco) se festejaba, se celebraba la fe y la vida al unísono y se lograba una experiencia del sentido por fuera del consumo. Hoy nuestros jóvenes están sometidos a una publicidad y presión social consumista constante y a la vez experimentan mucha soledad.
Todos nuestros grupos de amistad y participación, conforman un verdadero escenario del encuentro, el ámbito donde podemos experimentar que el tiempo compartido no tiene precio. El mejor regalo es poder brindarnos a nosotros mismos y aceptar la presencia del otro como una fiesta. En la medida que aceptemos el amor de Dios manifestado en la fragilidad de un niño, podremos celebrar sin consumir, no con ausencia de regalos, sino con ausencia de sometimiento.

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